BAJA CALIFORNIA SUR

DESCRIPCIÓN FISIOGRÁFICA

El estado mexicano de Baja California Sur ocupa la mitad meridional de la península de Baja California, en el noroeste de México. Está situado entre los meridianos 109o 25′ y 115o 05′ de longitud oeste, y los paralelos 28o y 22o 52′ de latitud norte.

Al norte limita con el estado de Baja California, al sur y oeste con el Océano Pacífico, y al este con el Golfo de California, que lo separa del macizo continental mexicano.

Su territorio es de 73,677km2, que es el 51.2% de la superficie peninsular y el 3.8% del territorio del país, con el que ocupa el décimo lugar nacional.

La península bajacaliforniana emergió del océano por movimientos frecuentes hace varios millones de años.

Baja California Sur se localiza en las latitudes donde están los grandes desiertos del mundo; ello hace que las lluvias sean escasas, carece de ríos superficiales y el agua de cauces subterráneos es su principal abastecimiento.

Su clima es variable; caluroso en verano, generalmente benigno en invierno. Sus regiones son varias, desde el Desierto Central de la península, al norte, el Desierto de Vizcaíno, la Serranía y los Llanos de la Magdalena hasta Los Cabos, al sur.

Señalamiento aparte merece el territorio insular, en la mayor parte de clima seco árido, con superficie global de 1,208km2. Entre las islas sobresalen por su tamaño e importancia económica las de Espíritu Santo y San José. La primera, que está ubicada cerca de la bahía de La Paz, con alturas hasta de 700m, longitud de 21km y anchura máxima de 7km. La segunda se halla un poco al norte de la bahía de La Paz, tiene alturas hasta de 700m, longitud de 29km y anchura máxima de 10km.

 

PRIMEROS POBLADORES

Baja California Sur estuvo habitada antiguamente por tres grupos humanos principales: al sur los pericúes, al centro los guaycuras y al norte los cochimíes. Algunos miembros de este último grupo viven aún en poblaciones del vecino estado de Baja California.

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Se cree que las primeras inmigraciones provenientes del norte ocurrieron hace más de diez mil años.

Los primeros habitantes de esa zona peninsular vivían de la caza, la pesca y la recolección en un medio difícil.

Los aborígenes encontrados por los primeros expedicionarios europeos desconocían tanto su origen como a los autores de las pinturas rupestres y los petroglifos, de los cuales la actual entidad federativa cuenta con el mayor número de sitios en la República, localizados en toda la extensión del territorio estatal.

Es poco también lo que se sabe de sus lenguas, de las que se conservan sólo algunas palabras y frases. Su lucha en un medio hostil les impidió alcanzar niveles superiores de cultura.
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Eran nómadas que lograron un alto grado de armonía con su ámbito natural.

 

PRIMEROS CONTACTOS EUROPEOS

El primer enclave colonial de las Californias tuvo lugar en lo que es hoy el puerto de La Paz (capital del Estado de Baja California Sur), que fundó Hernán Cortés en 1535, al que dio el nombre de Santa Cruz, de muy corta existencia. A partir de entonces se comenzó a dar a la nueva tierra la denominación de California, topónimo que aparece en el libro de caballerías Las sergas de Esplandián, muy en boga en esa época.

Amotinados de una expedición anterior patrocinada por el propio Cortés, ahí habían estado algunos meses antes Fortún Jiménez y su gente, quienes fueron bien recibidos al principio, pero posteriormente expulsados por los nativos cuando pretendieron abusar de las mujeres de éstos.

El resto del siglo XVI y casi todo el XVII registraron expediciones europeas que contribuyeron a ir formando una idea más próxima en torno a esa parte recién conocida de Nueva España.

Su riqueza perlífera era el atractivo principal de California, al que se agregó la necesidad de establecer un lugar para la provisión de agua y alimentos frescos, así como de protección para la Nao de China una vez abierta la ruta de Acapulco a Filipinas.

El almirante Isidro de Atondo y Antillón y los jesuitas Eusebio Francisco Kino, Juan Bautista Copart y Pedro Matías Goñi exploraron la costa interior del golfo y fincaron en su litoral la misión de San Bruno. Se hubo de abandonar dos años más tarde, en 1685, pero acrecentó en Kino el interés por la evangelización de los californios, que un poco después prendió en el susceptible espíritu del padre Juan María de Salvatierra para iniciar en definitiva la empresa. Ambos obtuvieron la autorización necesaria a principios de 1697.

 

ÉPOCA COLONIAL

El 25 de octubre de ese año fue fundada la primera misión permanente de las Californias en el sitio llamado Conchó por los nativos guaycuras. El 13 de noviembre siguiente recibieron los conquistadores la primera muestra de rechazo indígena: “Dieron sobre nuestra trinchera cuatro escuadrones de cuatro naciones: edúes, didises, laymones y monquis” lanzando piedras, flechas y gritos.

En términos generales, los centros jesuíticos californianos tuvieron como denominador la lucha contra la adversidad del ámbito geográfico, la escasez de agua, la dependencia casi por entero del auxilio exterior y por ello las constantes hambres y penurias, el olvido de algunos que habían prometido ayudar y el desdén de otros que podían hacerlo, exploración de los territorios para la creación de nuevos núcleos de concentraciones humanas imprescindibles a la tarea evangelizadora y el desarrollo de cultivos y ganados, las agotadoras idas y venidas de algunos religiosos -en ocasiones acompañados de nativos- al continente por el Mar de Cortés para conseguir socorros y gestionar el cumplimiento de los ofrecidos, el encuentro infortunado entre el programa misionero y los hábitos seculares de una etnia indígena que había logrado alcanzar verdadero equilibrio con su morada natural, y una identidad cultural antes de la radicación europea

permanente; las frecuentes epidemias, un siempre corto número de soldados, el reglamento y algunos nativos para cumplirlo.

Hacia la primera mitad del siglo XVIII -en que ocurrieron los hechos que describe el padre Sigismundo Taraval en su manuscrito-, España estaba gobernada por Felipe V (1683-1746), con quien se entronizó desde el año de 1700 la dinastía de los Borbón, que “inicia para España no sólo una nueva casa gobernante, sino una nueva política acompañada de un cambio de las costumbres en la vida social.” (Arcila, I, 9.)

El arzobispo Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta fue virrey de Nueva España desde el 17 de marzo de 1734 y durante seis años y medio después; es decir que se hallaba en posesión del gobierno colonial seis meses antes del estallido de la rebelión californiana que relatan los materiales aquí transcritos. Aunque se afirma que “envió auxilios a California… donde los indígenas andaban sublevados” (Álvarez, XII-416), al parecer tales auxilios no fueron suficientes ni oportunos, como lo deja entrever el P. Taraval en el parágrafo 152.

En relación con esto dice Francisco Javier Clavijero que: “El padre Guillén, luego de que tuvo noticia de aquellas turbulencias y calamidades, escribió al arzobispo virrey de México dándole parte de lo acaecido, manifestándole el riesgo de perderse en que se hallaban las otras misiones, juntamente con todo el cristianismo de la península, si las naciones imitaban, como era muy de temerse, el ejemplo de los pericúes; y suplicándole que se estableciese el nuevo presidio en la parte meridional, como tanto tiempo se había deseado y tantas veces pedido, no menos para poner a cubierto de las maquinaciones de los gentiles las vidas de los misioneros y neófitos, que para proporcionar refugio a los navíos de las islas Filipinas que debían abordar allí los años siguientes.

“Pero ni la muerte violenta de los dos misioneros, de los soldados, de tantos neófitos y catecúmenos, ni la pérdida de las misiones, ni el riesgo inminente de las otras, ni las proyectadas ventajas para los navíos de Filipinas parecieron a aquel señor razones suficientes para hacer un gasto extraordinario, aunque dispuesto por el rey católico en una cédula dirigida al marqués de Casafuerte, antecesor del arzobispo en el empleo de virrey, cuando aún no había motivos tan urgentes para establecer el presidio. Se contentó con dar una respuesta cortés al padre Guillén, significándole lo mucho que sentía las desgracias de la California, exhortándole a que ocurriese a la corte y ofreciéndole que apoyaría ante el rey sus justas pretensiones, pero sus cumplimientos y sus promesas ni remediaban los males presentes ni prevenían los futuros.” (Clavijero, 182-183.)

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