Desde que tenía unos 13 años, María Lucinda Romero Osuna aprendió el arte de la elaboración de quesos bajo la atenta mirada de su madre. Juntas, llenaban sus mañanas de risas y paciencia, y la cocina se llenaba del cálido aroma de la leche cuajada y el suero. Estos preciados momentos moldearon su amor por el oficio.

Después de casarse, se mudó, dejando atrás aquellos días soleados de cocina. Ahora, su esposo es responsable de las operaciones en Rancho La Fortuna. Él se ha ganado una reputación estelar por su notable habilidad para rastrear animales a través de las escarpadas montañas. Su viaje puede haber tomado diferentes rumbos, pero la esencia y los recuerdos de sus primeras experiencias aún resuenan profundamente.
Rancho La Fortuna es tanto su hogar como su fuente de sustento. En su parcela los surcos verdes anuncian una abundante cosecha de chícharos, frijoles, cebollas, cilantro y habas. Todo se cultiva con trabajo duro y dedicación. La tranquilidad es un valor incalculable en su vida, donde todo fluye con calma. Sus dos hijos y su nuera la acompañan. Uno de ellos trabaja como albañil en San Javier, mientras que su hija es maestra.


Cuando se casó, vivió en casa de su suegro. Pero ahora, su esposo ha construido su propia casa, piedra sobre piedra, con la firmeza del que sabe que la tierra es suya. “Somos parte del mismo rancho”, dice con orgullo.
Cada octubre comienza la siembra: maíz, frijoles, habas, calabazas y cilantro. La tierra provee generosamente lo necesario. Todos los domingos, se reúnen en el mercado de San Javier donde venden lo que cultivan.
La cineasta y guía Trudi Angell trajo el turismo a su puerta. La conoció tiempo atrás y, con la confianza que nace entre buenos amigos, Trudi comenzó a enviarle viajeros curiosos por la cultura del ranchero sudcaliforniano. También ha visto La Recua, la película que retrata la vida de los arrieros de antaño. Para ella, la historia resuena con su propia existencia, donde el campo y la tradición van de la mano.

El queso es un manjar codiciado. Ahora, con poca producción en las rancherías, la gente lo busca con ansias. Elaborarlo es un arte que requiere paciencia. Muy temprano, cuajan la leche y esperan a que el suero haga su magia. En tiempo de calor, el proceso es más rápido.
El suero salado, al que llaman “chopo”, se espesa con los días. Cuando la nata se acumula lo suficiente, la transforman en mantequilla, dorada y cremosa. Y el requesón, ese manjar suave y delicado, se obtiene al hervir el suero hasta que se separa.
A la par, la tierra sigue dando frutos. La cebolla, que ahora crece en los surcos, estará lista para la cosecha en julio o agosto. Cuando llegue el momento, la venderán y, una vez más, la vida en el Rancho La Fortuna seguirá su curso, al ritmo pausado y eterno del campo.