[dropcap]E[/dropcap]n el nombre ofrece su esencia de portal a lo inesperado. Playa solitaria entre las cientos de desoladas que quedan en el Pacífico sudcaliforniano, Malarrimo es la ribera desierta por excelencia. Brumosa al amanecer y plagada de sargazos-coliflor, sus arenas son frecuentadas por coyotes que buscan almejas, crustáceos y peces varados que arrimó la marejada reciente.
Es diverso lo que vara y se acumula al pie de las dunas altas que el viento noroeste y las corrientes han formado tras milenios de empuje incesante: maderamen de naufragios, botellas, plásticos de mil formas, pero sobre todo madera en tablas talladas o toscos troncos de pino que han viajado durante meses cruzando el océano desde el mar de Japón, o costeando el continente desde la Alta California.
[one_two_first]Las corrientes marinas son ríos tumultuosos que encuentran aquí el escaso fondo del recodo peninsular en el que depositan sus arrastres y arrimos. De la Naval llegan: raciones K, botes con verduras deshidratadas y hasta torpedos activos; de los barcos pesqueros: trozos de redes, boyas panzudas de vidrio enmalladas con cuerdas de colores vivos, remos, pedazos de mástil y trampas de langosta.
La soledad enseñorea Malarrimo. Por la noche, desde el norte las breves luces de Guerrero Negro hacen guiños lejanos al aullido del coyote que, como en las imágenes románticas del desierto, en lo alto de la duna graba su negro perfil en la dorada moneda de la luna.
[/one_two_first][one_two_second] [/one_two_second]En el día, graznidos de cuervos cercanos y el rumor continuo de la marejada que se desliza bronca sobre los fondos arenosos para aplacarse a nuestros pies y dejarnos la ofrenda de Neptuno: un casco de baquelita que cayó desde la cubierta de un buquetanque sacudido por el tifón; el costillar de un prao filipino siniestrado frente a Cebú; una botella azul con un mensaje de antes del Internet… Historias mil que imaginar.
Para llegar a este sitio de privilegio hay que hacerlo por mar o enfrentar con un todoterreno las dunas altas que a trechos se elevan poderosas desde Bahía Tortugas, al oeste. Los aventureros pueden poner a prueba sus dotes y cortar camino por el Desierto de Vizcaíno, bajando hacia el noroeste desde la Sierra de San José de Castro, sin camino visible y siguiendo su instinto hasta los arroyos secos que llevan a Malarrimo, sueño de todo buscador de tesoros.