Una compañía de teatro experimental conformada por jóvenes estudiantes de La Paz acaba de presentar en el Teatro Márquez de León, A ninguna de las tres, de Fernando de Rojas.
Néstor Agúndez, promotor cultural incansable, invita a los actores la cena en el único lugar del pueblo “donde dan de comer”. Algo se fríe en la cocina que a todos trae fascinados y tras la espera que parece eterna, van saliendo los platos al comedor: una colina de colorados frijoles refritos yace en cada plato junto a dos gordezuelos, cortos y brillantes chorizos de puerco y una tajada de queso de apoyo oreado. El conjunto habrá de acompañarse con tortillas de harina de trigo amasadas con requesón y se beberá café colado vaporoso, negro. ¿Postre? Guayabate sin pisca de semillas y queso fresco de cabra.
El recuerdo de aquella noche en ese Todos Santos que era ya mágico sin decreto alguno, me hace evocar no sólo la convivencia grata y la conversación con los pares, sino los sabores y olores en la grasa de puerco, la pasta sedosa de los frijoles refritos con mantequilla, el aroma penetrante del café de talega y la diferenciada suavidad en el regusto de los quesos rancheros.
Hay un sabor de eternidad en aquella sencillez.