La balandra en Airapí

Precisamente impulsada por estas suaves olas arribó la balandra “El triunfo de la Santa Cruz” el 4 de noviembre de 1720.  Este desembarco fue totalmente diferente a los otros, no eran galeones tripulados por soldados armados, era sólo una balandra, una balandra trayendo soldados, sí, pero solo los necesarios para apoyar a los Jesuitas que vestidos por ásperos hábitos y calzando toscas sandalias portaban la cruz y la escultura de la virgen del Pilar de La Paz.

La balandra, fue un logro inmenso de estos tenaces hombres, construida en las playas de Santa Rosalía de Mulegé en 1719 bajo la dirección del Padre Juan de Ugarte, armada en su totalidad con madera de la sierra cercana a Loreto, en cuyos alrededores fuera fundada después la Misión de Guadalupe, designación que se tomó para la misma sierra.

Las turbulencias propias de la reacción de los nativos ocasionadas por la protesta de la pérdida de su vida libre y de ser dueños absolutos de todo, llevaron a finalizar el asentamiento de la misión de Nuestra Señora de La Paz una veintena de años después. De nuevo las costas y los montes quedan desiertos, más no por mucho tiempo.

En su momento nace un puerto, La Paz, un puerto de gran estirpe, pleno de historia, diferente a todos. Sus nuevos habitantes se han forjado en la cultura de vencer: vencer la adversidad, vencer la lejanía, vencer el reto del desierto, vencer sus sierras y el olvido de la lluvia. Nada ha sido fácil, sólo la unión los ha llevado hacia adelante.

La voz Airapí de los Aripa, se pierde como un eco en el mar, hoy, su nombre es La Paz.

Al finalizar los primeros tres lustros del siglo XIX  nace La Paz  como puerto y capital de Baja California, en su ensenada es cada vez mayor la afluencia de barcos, trayendo mercancías de toda índole y sobre todo a familias procedentes tanto del interior del país como del extranjero, familias que llegaban en busca de prosperidad, se asentaban en la joven ciudad fundado todo tipo de comercios y, lo más importante cerraban lazos de amistad formando nuevas familias y con ello, se daba la fusión de razas y costumbres.

El comercio florecía, las armadas perleras circundaban sus aguas, los productos regionales se acumulaban en espera de cruzar el mar hacia la contracosta, en donde eran tan codiciados, los metales preciosos, las perlas y la concha-perla colmaban los barcos, todo era prosperidad.

Desafortunadamente los altibajos de los sucesos políticos en la primera mitad del siglo XX fracturaron la economía del puerto, lo que no amilanó a los paceños, repuntando de nuevo, ahora con las importaciones que por varios decenios le dio un nuevo auge.

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