El tesoro de Benigno de la Toba

Se dicen muchas anécdotas sobre Benigno de la Toba, y es que no se puede evitar especular de este hombre tan peculiar. Lo que se sabe de él es que: fue juez en La Paz, que se dedicaba a la agricultura y ganadería, y que su inteligencia era tan vasta como la riqueza que poseía.

Pero su nombre tiene huella más allá de los torotes, palmas, choyas y biznagas que rodean San Luis Gonzaga, la comunidad donde habitó. Construyó allí una presa de cantera rosada y operaba una tienda de raya.

A pesar de su popularidad en el poblado, el tiempo como a todo hombre, menguó su salud cuando la vejez lo alcanzó. Entonces partió al norte hacía Puerto San Carlos buscando las condiciones más húmedas por indicaciones del médico. Se instaló en el estero “El Pauquino”, trayendo con él mulas, caballos y burros.

Dejó atrás su vida en San Luis Gonzaga, donde lo último que se supo de él fue que, con la ayuda de rancheros cargó con su patrimonio en costales de cuero. Se dice entonces que una noche, cuando ya se sentía muy cansado, esperó a que se durmiera su acompañante de apellido Navarro. Luego soltó las cuerdas de las bestias y estas partieron, esparciendo misteriosamente toda su riqueza.

A la mañana siguiente, cuando su acompañante se despertó, lo envió a buscarlas. Regresó con costales de cuero vacíos, el oro ya no estaba. Durante mucho tiempo, el incidente se mantuvo en secreto. Pero como ningún secreto es eterno, Navarro le platicó a su hijo, quien volvió al estero buscando el gran tesoro. No pudo encontrarlo ni él, ni los múltiples aventureros que hasta el día de hoy siguen buscándolo a pesar de los años que han pasado.

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