Esta misión se localiza a más de veinte millas de Rosarito, un pequeño poblado junto a la carretera. A los lados del camino a San Borja, encontramos una diversidad de cactus cardones, yucas, patas de elefante y cirios.
El camino es una abrupta brecha angosta medio borrada por una capa de arena; hay tramos en que la ruta se profundiza por las rodadas y el centro es tan alto que el “camper” va golpeando contra las afiladas rocas de la senda. En algunos puntos, por lo angosto, solo puede pasar un carro a la vez y no hay espacio para hacerse a un lado en caso de que viniera otro vehículo en dirección opuesta. En ocasiones nos tomó horas avanzar unas cuantas millas.
“Después de cruzar lo que fuera un arroyo, ahora seco, continuamos cuesta arriba por una ruta cubierta de piedras redondas difíciles de evitar.
Como casi en todos los viejos caminos de la península no existen señalamientos que ofrezcan la dirección a seguir.
Me mantuve en lo que parecía la ruta principal, pero no estaba seguro.
Eventualmente, alcanzamos a ver un rancho donde paramos para preguntar por el camino correcto.”
De las paredes de la casa casi en ruinas, colgaban las largas varas de chile rojo seco, a un costado de un corral y un pequeño maizal. Nos recibieron unos perros ladrando y minutos después una mujer de avanzada edad se asomó a la puerta para saber que ocurría. Ella se presentaba con gran dignidad no obstante sus privaciones y dificultades que reflejaba en su cara.
Con un ademán la saludé y pregunté en mi limitado español: “¿Cuál es el camino a Misión San Borja?” Y sin hablar nos apuntó con el dedo el camino hacia abajo.
Según avanzamos, la ruta comenzó a subir y subir cada vez más y a cambiar aquellas formaciones por un campo cubierto de cactus cardones y cirios que acentuaban el colorido gris parduzco de la tierra. Ocasionalmente, un cactus organillo rojizo alegraba el sombrío paisaje.
Difícilmente vimos otro carro en el trayecto. El único vestigio de vida fue un poco de ganado que estaba a medio morir masticando con fuerza un erizado cactus lleno de espinas y unos zopilotes haciendo círculos buscando algo desde lo alto.
Cuando alcanzamos la cima quise parar y hacer un dibujo de ese fantástico panorama de mesetas con rocas que parecieran quemadas bajo el candente sol como las de un escarpado volcán y como complemento, en la lejanía, unas lanudas nubes blancas suavemente dispuestas por encima.
“El cielo, las montañas y el desierto se fusionan en una armoniosa combinación de inolvidable belleza.
El hombre parece perderse en estos campos salvajes. Este lugar siempre guardará recuerdos entrañables para mí. Me inspiró con su desolada quietud y panorama primitivo.
Intentaré en mis pinturas reflejar mi respuesta emocional a esta tierra.”