“Vencedores del desierto” es el título de este número de Tendencia que rinde homenaje a la gente del Valle de Santo Domingo. En este viaje, el equipo fue identificando a quienes han hecho posible que esta zona de Baja California Sur sea reconocida precisamente por su empeño incansable para trabajar en el campo.
Ciudad Insurgentes y Ciudad Constitución en Comondú no nacieron por azar ni por decreto. Surgieron del sueño audaz de transformar el desierto en un valle de agricultores.
En un principio, alrededor del año 1950, esta área fue nombrada Valle de Santo Domingo. Aquí arribaron hombres y mujeres con el alma llena de fe y las manos dispuestas a sembrar el futuro. No trajeron riquezas, pero sí voluntad y perseverancia. No encontraron caminos, pero sí horizontes. Obtuvieron camiones, comida, medicinas y herramientas gracias a la gestión y al impulso gubernamental, al comercio con La Paz y a la fuerza de una comunidad que se tejía con cada amanecer.

El general Agustín Olachea, visionario de la colonización, trazó el camino institucional que permitió poblar estas tierras. Su voz resonó con firmeza: “Baja California necesita hombres de buena voluntad que exploten sus riquezas”. Y esos hombres llegaron. Llegaron con sus familias, mujeres valientes con hijos en brazos y la esperanza sembrada en el pecho.
Los agricultores del Valle de Santo Domingo — los verdaderos vencedores del desierto del siglo pasado — convirtieron la tierra árida en un valle fértil. Sembraron trigo, alfalfa, naranjas, viñedos y espárragos donde antes solo había polvo, choyas y silencio.
En Ciudad Insurgentes se erigió un muro con los nombres de los pioneros que nos recuerdan a esas personas que decidieron desafiar la aridez y convertirla en abundancia. Cada nombre inscrito es una historia de lucha, una semilla de esperanza que germinó en el corazón del desierto. Es un testimonio de valor, sacrificio y amor por la tierra.
Hoy en día, la producción de espárragos se convirtió en un factor diferencial y de referencia a nivel mundial, posicionando al valle como referente de calidad y exportación. Esta hazaña no sería posible sin la valiosa aportación de trabajadores chiapanecos, cuya dedicación y esfuerzo enriquecen el alma productiva de la región. Su presencia no solo fortalece la economía, sino que además teje nuevos lazos culturales y humanos que forman parte de una nueva identidad.
Descendiente de esos pioneros, es también el actor Enoc Leaño, quien, junto a su madre, ha iniciado una guerrilla cultural a través del Festival Internacional de Cine de La Toba, con incansables aliados como Damián Cosío, director del CBTA 27, y personal docente y estudiantes voluntarios del plantel educativo. El año pasado, en esta institución académica, el artista plástico Kijano capturó con sus pinceles un mural que representa el alma y la memoria de este valle.

También, por las venas de Rodimiro Amaya, hay genes de esos pioneros. Él, con temple político y compromiso social en su rancho, ha apostado por la tecnología como herramienta de transformación para la agricultura. Bajo su impulso, el campo se modernizó, la producción se diversificó y el espíritu emprendedor se fortalecerá.
Muy cerca, en el corazón de Comondú, la Misión de San Luis Gonzaga es testigo de siglos de historia, espiritualidad y cultura. Las fiestas patronales, las cabalgatas y las celebraciones tradicionales son la esencia de esta tierra, donde la identidad se entrelaza con la historia. Cada año, el pueblo honra sus raíces con música, danza, devoción y orgullo. En cada caballo ensillado, en cada altar adornado y en cada canto popular, vive el espíritu de quienes nunca se rindieron.


Ciudad Insurgentes y Ciudad Constitución son más que tierra fértil. Es legado, es identidad, es el eco de una promesa cumplida. Aquí, la historia se cultiva con lucha, se cosecha con amor y se celebra con orgullo. Es el reflejo de quienes, con coraje y esperanza, decidieron hacer de esta tierra… su mejor tierra.