Ninfa Meza Mao
Ninfa Meza Mao nació entre la tierra y el aire limpio del Rancho Sacramento, un lugar fundado en 1952 por sus padres, pioneros sudcalifornianos que sembraron, además de cultivos, un legado. Al recordar su infancia, Ninfa la describe como un despertar temprano hacia el amor por la naturaleza. Su madre, sabia en plantas y hierbas, la curaba con remedios naturales: barro para la fiebre, infusiones para el alma. Esa herencia, dice, es genética; en ella vive la certeza de que la salud y la fortaleza se encuentran en la tierra misma.
Su madre infundió en su hogar el poder curativo de la tierra. Desde compresas de barro para calmar la fiebre hasta reconfortantes infusiones de hierbas. Para Ninfa, este conocimiento no es solo un grato recuerdo; es una herencia genética. Lleva consigo la firme convicción de que la salud y la fuerza residen en los brazos protectores de la tierra.


El rancho no fue solo escenario de trabajo, sino también de afecto. Ninfa evoca la figura de su padre, un hombre rudo pero amoroso, que la colmaba de palabras tiernas: “mi amor, mi diosa, mi reina, mi vida”. Ese trato, lleno de cariño y preferencia, marcó en ella una diferencia frente a sus hermanos y fue la semilla de un vínculo profundo con la tierra que él le confió.
Llegó a habitar sola en el rancho hace poco más de una década. En esas noches silenciosas, acompañada solo por el viento y los sonidos de los animales —como el aullido del coyote, el ulular del tecolote, los pasos sigilosos del gato montés—, Ninfa descubrió un amor consciente por el entorno. “En el silencio de esas noches aprendí a escuchar; cada sonido me hablaba y me recordaba que este lugar es mi hogar”, comparte.


El viñedo, repleto de racimos de Cabernet Sauvignon y Tempranillo, se convirtió en extensión de la historia familiar. Ninfa habla de las uvas como quien presenta a seres queridos: muestra las hojas, distingue sus formas y celebra su belleza. “Cada planta guarda un pedacito de mi historia y la de mis padres; al cuidarlas, siento que mantengo vivo su recuerdo”, dice con emoción.
Para Ninfa, crecer en el rancho fue un aprendizaje para dar amor a la tierra, a los animales y a la vida sencilla. Hoy, ese sentimiento es un motivo para continuar el legado de sus padres y darle al rancho una nueva faceta con el vino, esa bebida que describe como capaz de despertar emociones y recuerdos, como lo hace un platillo de la infancia preparado por la madre.
Rancho Sacramento es, para ella, un tesoro con historias y cariño.