Para nadie es un secreto que hace más de diez mil años, nuestros antepasados habían descubierto la parte más hermosa y compleja de todo el continente americano.
Ninguna otra cultura del país, como la maya o la tolteca, e incluso la más antigua del sur de México que es la olmeca, dominaron un territorio tan desafiante.
De hecho, lo que conocemos como península de Baja California es la parte geológica más reciente de lo que hoy es el territorio nacional de México, pues se integró o emergió hace unos diez millones de años. Sus ecosistemas son distintos y singularmente vulnerables, a la vez, de una hermosura extraordinaria. Desde las crestas altas de su orografía se alcanzan a ver la belleza infinita del Océano Pacífico y la majestuosidad acogedora del Mar de Cortés abrazando y besando a un territorio de serranías, oasis, desiertos, dunas y playas.
Esta pluralidad se aprecia en la Reserva del Vizcaíno, la Playa del Médano, Todos Santos, Santiago, el estero de San José del Cabo, Cabo Pulmo, La Candelaria, Los Planes, Comondú, Mulegé, Sierra de La Laguna y San Francisco, la sacralidad de su paisaje y la infinitud de su biodiversidad, terrestre y marina han hecho que el cuidado del ambiente sea una aspiración y un desiderátum constante de los residentes y visitantes.
Uno puede pasar horas observando las aves en cualquier lugar del territorio, lo mismo un cardenal rojo, que negro, o un halcón maravilloso; y cómo olvidar el espectáculo milenario de las ballenas migratorias.
Todo Baja California Sur compite cotidianamente para ver desde qué punto se admiran bellos atardeceres con mensajes que cada quien interpreta íntimamente. La naturaleza es una obra de arte, cuidarla es cultura.