Cuando el cabo de San Lucas era sólo un pueblo grande y el turismo masivo no lo había convertido en nomás «Cabo»; cuando los ricos y famosos del jet set no lo habían adoptado todavía como lugar de moda, el Rolling Stone Keith Richards decidió casarse en el hotel que está sobre el lomo rocoso del finisterra sudcaliforniano, en una ceremonia sencilla a la que llegaron sus amigos cercanos, en apenas dos aviones ejecutivos con una docena de parejas.
[two_first]Por aquellos años, los famosos que dicen adorar la privacidad, podían celebrar reuniones íntimas en ese San Lucas, sin el ojo vigilante y ciertamente mortificador de las cámaras.
De la boda del roquero jamaicano-inglés se habrá enterado Pancho King, -zar de la radio y televisión paceña- por el pitazo comedido de alguna de sus fuentes, y desde un elevado escondrijo tal vez sugerido por personal del hotel, grabaría imágenes de la boda exclusiva entre el roquero y la modelo neoyorquina Patricia Hansen.
[/two_first][two_second]
[/two_second]
El video, aderezado con entrevistas a la juez cabeña que los casó y fotografías del cantante local (personaje por el que la ceremonia debió esperar una hora), forma parte de la serie «Reportajes que hacen historia» que colocan a King como uno de los primeros fisgones periodísticos de estas latitudes.
[two_first][/two_first][two_second] Han transcurrido décadas desde aquel acontecimiento que no importó demasiado a los sanluqueños y josefinos de entonces, tal vez había algún fanático de los Rolling Stones, solo que tenían la singular costumbre sudcaliforniana de no emocionarse con, ni importunar a los personajes del jet set. ¿Por qué? Que algún antropólogo social nos explique la conducta. Nosotros consignemos solamente el evento, que concitó eso sí, la expectación curiosa de los vacacionistas estadounidenses que se hospedaban en aquel hotel.
[/two_second]
Hubo en la historia de Cabo San Lucas, otras bodas famosas, como aquella en la que se unieron el Primer Violín de la Sinfónica de Glasgow y una agraciada pericú, eso fue en el siglo XVIII, cuando los paparazzi no habían sido inventados en el planeta. Puede leer esta historia en la Edición #24 de Tendencia.