Parte I: Los prismas basálticos
De algo ya estaba segura: el viaje cada vez iba a sorprenderme más. San Miguel de Comondú y San José de Comondú se aparecieron entre colinas y cerros a un costado de la carretera. Los colores de este nuevo escenario que se presentaba ante nosotros eran verdes por la vegetación, con tonalidades rojizas de las rocas.
Casi a la entrada de San Miguel de Comondú pasamos por una pequeña presa con una picop sumergida hasta las llantas. Parecía estar en problemas. Dos hombres se veían muy ocupados arriba de ella. Delante había dos muchachas en shorts y camisetas, una cargando a un perro y la otra a su hija.
Claudia del Pino, nuestra directora general en Tendencia y conductora oficial de la travesía, bajó el vidrio preocupada. “¿Todo bien, necesitan ayuda?”, preguntó.
Resultó que no estaban en problemas, sino que los hombres estaban lavando la camioneta. Aprovechamos para darle ride a las muchachas, que iban tarde a la escuela. Se sentaron cada una a un lado de mí, en el asiento de atrás. Lo que no sabíamos en ese entonces era que estábamos llevando a una reina. Una de ellas se coronaría al día siguiente como soberana de la comunidad de San Miguel de Comondú en sus fiestas tradicionales.
Las dejamos en su casa como a las tres de la tarde, justo a tiempo para que entraran a la escuela media hora después.
San Miguel nos abrazó con sus colores llamativos y fachadas antiguas que recordaban que había sido fundado en 1714 por los jesuitas, quienes tenían el propósito de educar a las comunidades en ganadería y agricultura, entre otras cosas, así como de evangelizar a sus habitantes.
Bajamos de las camionetas, estiramos las piernas, sentimos el sol en la cara y nos adentramos en un hotel de paredes naranjas y encanto natural, lleno de bugambilias y girasoles y de pequeños lugares con magia, como su columpio y su museo de antigüedades.
Nos recibió Jacqueline Verdugo Mesa, orgullosa promotora cultural del pueblo histórico, amante del folclore mexicano y dueña de aquella Hacienda Don Mario, el único hotel de San Miguel de Comondú. Estaba acompañaba por don Virgilio Murillo Pérpuli, el poeta del pueblo. Nos platicaron de la uva misional, que fue traída por los jesuitas y se utiliza para hacer vino, y de cómo San Miguel es un pueblo de tradiciones y costumbres, de cultura e identidad, por ser el cuarto pueblo de Baja California Sur fundado por los jesuitas.
Jacqueline también nos contó que San José de Comondú es de los pueblos más antiguos de la entidad —más antiguo que La Purísima— y que su misión era una de las más grandes de la región. Al menos hasta que, cuenta la leyenda, fue dinamitada por el general Domínguez Cota, que se supone la mandó destruir porque era ateo. Otras historias dicen que fue porque los niños y las familias entraban a la misión, cuya construcción no era segura. La placa que está afuera de lo que quedó de aquellas tres naves dice que se demolió porque necesitaban el material para edificar la escuela de la comunidad y una residencia particular.
Este es el tipo de historias con las que te vas a topar, viajero: diferentes versiones, puntos de vista, modos de pensar y de ser. Con algunas estarás de acuerdo y algunas otras cuestionarás.
Como nuevos amantes de la aventura, nos dimos a la tarea de conocer los prismas basálticos —formaciones de piedra volcánica resultado del proceso de enfriamiento acelerado de lava de hace millones de años—. Para llegar a ellos se necesitó toda la fuerza de voluntad que pudimos juntar.
En estas actividades recomendamos que busques un guía. Ellos conocen detalles que a simple vista no se pueden percibir. Además, apoyarás a la economía local dando trabajo a los lugareños. Muchas veces pensamos que podemos sin ayuda de nadie, pero los habitantes del pueblo están más que agradecidos por tu presencia y tendrás la oportunidad de experimentar la nobleza de su comunidad.
En la primera escalada nos acompañó Chuy, mejor conocido como “el que hace todo” en el hotel. Nos llevó por una aventura por la flora y fauna local, entre plantas, mosquitos (recuerda usar tu bloqueador y repelente biodegradable), víboras y tarántulas. También por esto último es importante que tengas a tu guía: ¿qué harías si te encuentras con un zorrillo con rabia? Bueno, pues Chuy ya ha pasado por esta experiencia y ha sabido cómo manejarla.
Pero no te asustes, no hay nada de qué alarmarse. Sigue las indicaciones de tu guía, activa los sentidos que están dormidos por tantas series de televisión y trabajo y descubre qué hay más allá.
Empezamos a escalar casi a las seis de la tarde. Entre más subías, más te impresionabas con la capacidad de tu cuerpo de resistir y perder el miedo. El silencio y los aromas comenzaban a aparecer. Poco a poco, esa tranquilidad que al principio sorprendía se volvía parte de ti.
De repente, los teníamos enfrente. Rocas gigantes negras y grises, perfectamente colocadas en medio de la vegetación, simétricas y grandiosas. Me sobresaltó la manera en la que estaban situadas, como si en cualquier momento se pudieran caer por la inclinación de la montaña. A mi parecer, cualquier ley de la física se ponía a prueba. Nos quedamos un rato contemplando estos prismas de millones de años de antigüedad mientras recuperábamos el aliento.
Nos habíamos tomado nuestro tiempo para llegar a la cima. No queríamos perdernos de nada. Así que de regreso ya era noche. Chuy nos recomendó tomar otra ruta. La primera, según él, había sido la más fácil. Tan fácil que decidí dejar mi termo y mi gorra en una roca para poder tener mis manos libres y moverme con facilidad. Esa sería otra de las recomendaciones: no lleves nada en las manos y, si necesitas agua, repelente o bloqueador, llévalo en una mochila pequeña o cangurera.
La bajada fue más fácil. Al fin y al cabo, todo lo que sube tiene que bajar. Los hombres, siempre preparados, traían lámparas. Nosotras, luces del celular. Aunque bajamos más rápido, tuvimos que rodear, y esto nos permitió encontrarnos con otro escenario espectacular: las estrellas. Nuestras viejas amigas aparecieron una vez más, mientras caminábamos en medio de la carretera.
Cuando por fin llegamos al hotel, el baño frío que nos esperaba y la cama fueron el cierre perfecto. Por lo que vivimos ese primer día pensamos que una noche no iba a ser suficiente y, lógicamente, decidimos quedarnos otra más en San Miguel de Comondú. De todas formas teníamos que ver a nuestra amiga, Nancy Adriana Primera, ser coronada en las fiestas del pueblo.