Los pericúes habitaban de Cabo San Lucas a Todos Santos, pasando hasta el sur de San Bartolo e Isla Cerralvo, Espíritu Santo y San José, explicaban la existencia de las ballenas y del mundo de una manera peculiar, la transmisión oral de esta leyenda perduró por generaciones hasta quedar documentada por escritores y misioneros.
Así, contaban que se sostuvo una batalla en el hogar de Niparajá, creador de todo, hacedor de vida, allá donde los plomizos cielos y las nubes guardaban la esperanza viva con Anajicanndi, la incorpórea esposa y madre de sus tres hijos.
Su enemigo eterno, Waac Tuparán, quería eliminarlo, el dolor que esto le producía no lo dejaba dormir, le quemaba como piedra al sol, como espina enterrada. Era tal la fuerza que esto generaba que solo con la guerra sentía calma.
Varios encuentros tuvieron el Señor de la Vida y el Señor de la Guerra, pero en el que Niparajá salió vencedor fue el más cruel de todos. Pocos moradores del cielo sobrevivieron para contar sus hazañas.
Se sabe por las crónicas de Porter y Casante, que, en la parte austral de la península, se celebraban sin números de fiestas rituales recordando las hazañas del Señor de la Vida y relata así el final de la historia:
“Al fin le venció, le quitó todas las pitahayas, lo echo del cielo y encerró en una cueva. Hizo luego las ballenas del mar para espantar a Waac Turapán, quien no podía salir de ahí … Y se crearon siete ballenas para ser sus guardianes, así viviría preso eternamente el Señor de la Guerra, Waac Turapán”.
Fue para ellos de vital importancia la existencia y cuidado de estos animales maravillosos, que no deben desaparecer de la faz de la tierra, de otra forma sostenían, ¿quien garantizaría vivir en paz?