No se lo puedo ocultar, audaz explorador: el famoso Padre Kino y el Almirante Atondo andaban buscando la manera de llegar a Bahía Magdalena y a lo que hoy es el alucinante Puerto de San Carlos.1 Hicieron un mapa secreto que aún no se encuentra.
En aquellas épocas, quien hallará una ruta transitable entre el Golfo de California y el océano Pacífico, brincando la Sierra de La Giganta, recibiría innumerables gratitudes y dones de su majestad el Rey de España Carlos II, “El Hechizado”.
Isidoro de Atondo y Antillón lo logró. Llegó un 1º de enero a lo que bautizó como Punta Año Nuevo, que conocemos como San Gregorio, aunque a Bahía Magdalena le había puesto ese nombre Sebastián Vizcaíno desde 1603.
No vaya solo. Por favor, hágame caso. La verdadera felicidad no existe en la soledad. Y cuando llegue a Bahía Magdalena, en el municipio de Comondú, a escasas tres horas de La Paz y se detenga en Ciudad Constitución a 209km para dar vuelta a la izquierda, su corazón empezará a latir agitadamente ante tantos paisajes de belleza y sorpresa.
Eso, la vida es paisaje y sorpresa. Y cuando la felicidad, la alegría y el disfrute de llegar a Puerto San Carlos se le van echando encima con su dádiva de colores, aromas, cielos infinitos, gente buena y simpática, uno empieza como loco a enviar mensajes, fotos, audios y videos a todas las personas que uno quiere y recuerda.
Pero llegar a Bahía Magdalena, son “palabras mayores”, como decía el escritor veracruzano Luis Spota en su libro homónimo. Nosotros entramos por Puerto San Carlos que se localiza en las coordenadas 24°47’19” Latitud Norte y 112°07’04” Longitud Oeste, para tomar las lanchas que nos llevarían a Isla Magdalena en unos cuantos minutos, ya que se encuentra mero enfrente, y allí sigue el gran hipnotismo y seducción. Uno empieza “en trance” poseído por la belleza y abundancia de especies de aves que dan la bienvenida en este breve recorrido marino junto con una enorme cantidad de peces brillantes que brincotean por todos lados.
Me falta espacio para describir cuántas hermosas especies de fauna y flora van a encontrar. Descubrí un cactus maravilloso con flores rojas en la punta de cada uno de sus espinosos brazos y supongo que era una echinodpsis, pero no me haga caso porque hay miles de especies en todos los alrededores que son un “suculento” banquete visual para quienes aman la vegetación.
De repente, me llega un WhatsApp de María Calleja, como de una iluminati que me explica que son las famosas cactáceas chirinolas, Strenocenus Eruca, eruca refiriéndose a la palabra en latín oruga. Además de su topónimo, esta especie vegetal puede vivir hasta 100 años y muere en un sitio diferente del que florece, una característica que ha maravillado a biólogos de todo el planeta, porque esta espinosa y endémica planta, como dijo Galileo Galilei “Eppur si muove” y “sin embargo se mueve”, por eso venimos personas de todo el mundo a ver esta maravilla de la naturaleza vegetal y desértica.
En realidad, debería estar prohibido que tipos como yo, que no saben de botánica, se metan a escribir o describir árboles, plantas o flores, pero ni modo, aún no hay leyes al respecto, así que tendrán que venir a ver de qué hermosas especies hablo.
Encontré estas cactáceas en el campamento Chirinola, atrás de mi comodísima tienda safari nombrada Las Dunas, que, gracias a Tendencia compartí con el gran guía Óscar Ortiz. Por cierto, mucho mejor esta tienda, que la que me tocó en Serengeti allá en Tanzania, África.
Por eso le digo que no venga solo, venga con la persona que ama, con sus hijos o con sus mejores amigos, para que no esté todo el día mandando fotos y videos, como los que tomamos en ese amanecer frente a la Isla de Patos, lugar donde hacen su asamblea diaria decenas de cientos de aves de diversas especies, desde pelícanos hasta patos migratorios o gallitos marinos, multicolores gaviotas o alcatraces orgullosos de llevar millones de años en el planeta tierra.
Si eres tragón o vanidoso aspirante a gourmet, definitivamente no vengas solo. Porque los platillos que comerás aquí en Isla Magdalena o en cualquier punto de Bahía Magdalena, sentado frente a la mesa, en una fogata improvisada, en la lancha, en una fonda o palapa frente a la playa, será lo que Nat King Cole llamaría Unforgettable como su canción que en realidad escribió Irving Gordon originalmente con el nombre de Uncomparable.
Jurel zarandeado, langosta, ostiones, camarones fresquísimos, palometa, pámpano, cabrilla o atún, son tantas las variedades de pescados y mariscos bien preparados que vivirías largo tiempo comiendo uno diferente cada día sin repetir.
Otro día le hablo de las ballenas que muy cumplidoras llegan acá en invierno llenas de amor por sus crías y parejas.
Tal vez, por eso tiene una historia tan misteriosa Bahía Magdalena con la isla más larga y delgada de todo el continente americano. El mapa original que hicieron los jesuitas con ayuda de los guaycuras se encuentra perdido o escondido. Lo diré de una vez: esto me lo confió mi amigo el maestro Angel Mari Loperena Rota, allá en Garralda, Navarra, cerca de los Pirineos. Hoy, el maestro Loperena padece un cáncer de esos que no se le desea a nadie y él me habló por primera vez de su paisano el audaz Isidoro de Atondo y Antillón, (de Valterra, Navarra 1630, muerto en México en 1691). Marino, descubridor, gobernador y almirante. Les urgía encontrar el mejor camino, no nada más por razones de evangelización, sino por cuestiones económicas y militares.
El mapa corresponde a la primera expedición a California comandada por Isidro Atondo y Antillón, gobernador de Sonora y Sinaloa, en 1683, de la que formaron parte los misioneros jesuitas Eusebio Francisco Kino, que actuó también de cosmógrafo y cartógrafo y Matías Goñi.
Al llegar al Pacífico, Atondo hizo algunas exploraciones en la costa hasta los 26º de latitud, donde descubrió una bahía a la que puso el nombre de Año Nuevo, por arribar allí el día 1 de enero de 1685, hoy Punta San Juanico (26° 4′ 19.7″ N y 112° 18′ 29.2″ O). En todas estas exploraciones marchaba el padre Kino, Eusebius Franz Kühn misionero, explorador, cartógrafo, geógrafo y astrónomo jesuita austriaco-italiano.
Lo recordaríamos en el auto camino a San Luis Gonzaga con Claudia del Pino, y Jimena Estrada, rumbo a la fabulosa misión fundada por Johann Jakob Baegert de Schlettstadt, originario de Alsacia, muy cercana a Puerto San Carlos.
A la llegada, platicar con la familia Espinoza, tan cordiales, distinguidos y conocedores de las aptitudes rancheras como: tejer los lazos de cerda natural con la famosa tarabilla o cultivar sus uvas a unos cuantos metros en donde estuvo el padre Lambert Hostell de Münstereifel, Alemania, allá por el año 1730 en este oasis al que “nosotros los guaycuras” le llamamos Chiriyaquí.
Bahía Magdalena tiene 50km de largo a lo largo de la costa occidental de Baja California Sur. La bahía está protegida del océano Pacífico por las dunas mágicas y metafísicas barreras arenosas de las islas Magdalena y Santa Margarita. Es muy conocida por la migración estacional de la ballena gris durante el invierno. Para los pescadores Bahía Magdalena es un verdadero paraíso. También tiene un papel especial en el ciclo biológico y ecológico que aquí ocurre como: el espectáculo de la fraternidad de los manglares, meandros, lagunas, marismas, santuarios y esas majestuosas dunas que merecen los miles y miles de fotos y videos que se les toman con cámaras, celulares y drones de todo tipo.
Nunca se han quejado las dunas de sus visitantes parlanchines y todos los días cambian de texturas o atuendos plisados para que tengamos fotos únicas e irrepetibles. Así de generosas son, y lo mismo ofrecen unos tímidos nidos de cangrejos en sus faldas, que huellas perfectas de familias de coyotes curiosos y juguetones que llegan con sus críos sin molestar a nadie.
Cómo iba a imaginar cielos tan estrellados esa madrugada que salí ilusionado de Cabo San Lucas con el equipo de Tendencia para “descubrir” estas maravillas de la naturaleza y del trabajo humano.
Incluso cuando nos detuvimos en el Km 112, cerca de Las Pocitas para probar un delicioso queso fresco en el restaurancito típico de artesanías “Don Manuel”, y que doy gracias al cielo que no traía dinero en efectivo, pues hubiera empezado a comprar como loco todas esas sillas increíbles hechas de tiras de cuero, de palo de arco, las “cueras” de vaquero o los cuchillos de ranchero en sus fundas artesanales de pieles diversas y degustando ese café de talega único en nuestras tierras.
Ni siquiera le pregunté a la señora que nos hizo las quesadillas cuánto costaba ese omóplato de ballena antigua decorado con pinturas rupestres de colores ocre y negro que son una de mis pasiones inconfesables, pero que ahora me abro para convencerlo de que no venga solo a disfrutar, aprender y ser feliz.
Pero bueno, Bahía Magdalena también forma parte de la red hemisférica de reservas para aves playeras como sitio de categoría regional que vio, en 1908, una flota estadounidense de dieciséis acorazados en un crucero alrededor del mundo, la Gran Flota Blanca y que se detuvo en la bahía para realizar estruendosas prácticas de artillería. En 1912, Japón trató de comprar el puerto. El libro de Barbara Wertheim Tuchman, El telegrama Zimmerman, menciona que tanto el káiser alemán como el emperador japonés trataban de utilizar esta bahía para fines militares antes de la Primera Guerra Mundial.
Puerto San Carlos pertenece al bello municipio de Comondú derivada de una palabra indígena califórnica: caamanc cadeu, de la etnia cochimí, que significa: carrizal en cañada. Igualmente había indígenas guaycuras. La palabra cochimí quiere decir hombres del norte. La palabra guaycura la tomaron los españoles de huajoro, palabra que, oída por primera vez, entendieron que significaba amigo.
En fin, podría pasar muchas singladuras contándole datos discretos sobre los exploradores de la península. La vida es un mapa.