Baja California Sur es perfecta para el amor. Una tierra llena de minerales y gran energía, muchos la llaman el paraíso.
Antes de la mitad del siglo XX San José del Cabo era un pueblo muy romántico donde cualquier enamoramiento era noticia, se contaba con tradiciones antiguas llegadas de todo el mundo y las formas importaban igual que el fondo.
Prácticamente se vivía en una isla, buscar el porvenir muchas veces significaba salir a estudiar o trabajar al interior del país y los amores se veían interrumpidos cuando mejor se iba poniendo la cosa. Entonces los mensajes y sus adornos eran hechos a mano, con las formas suaves y elegantes de la letra cursiva. Cariños, reclamos, besos y abrazos viajaban por carta a través del mar.
Cuenta la historia que nuestro querido cartero del pueblo, Manuelito, jugaba con las emociones de la novias que esperaban ansiosas las cartas de amor. Pasaba de cerca con la carta en mano y la anunciaba pero las entregaba hasta dar la vuelta al pueblo, haciendo de la espera, desesperación.
Parte del romance era la elegante vestimenta de época. A pesar de los calorones era un pueblo que le daba su lugar a cualquier ocasión, sobre todo si se iba a tomar un retrato del evento, ninguno era casual aunque se tratara de ir a la playa o al cine.
[two_one_first]El sitio favorito de cupido eran los bailes en la plaza pública. En el Jardín Mijares cada noche era especial. Los aromas afrodisíacos eran una combinación de la brisa, las flores, los delicados perfumes de las bellas damas y las fuertes lociones de los caballeros. Poco a poco en las bancas de la plazuela se actualizaban las noticias, el bullicio crecía con la emoción y cuando sonaba desde arriba del quiosco el primer danzón se sabía que el amor estaba listo para ser arrebatado.
Alrededor del quiosco, al compás de piezas clásicas como Juárez y Nereidas, las bellas caminaban juntas tomando la mejor posición para encontrarse de frente con los galanes que hacían lo propio buscando embonar las miradas. Nunca se sabía si a la primera o a la última vuelta se entregaría la flor de aprobación o se iría a bailar con la ilusión.
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Sentados en las bancas de la plazuela las parejas corrían el riesgo de ser interrumpidos en su romance al ser detenidos por un policía y llevados a la cárcel. Aquí pagaban una multa o eran casados por el juez supremo de la Kermés, broma que formaba parte de los juegos del pueblo para recabar fondos.
Las visitas del novio a su amada se daban a domicilio y siempre bajo la vigilante mirada de la suegra, quien era la que llevaba los tiempos de la visita de forma culinaria, dejaba que el platillo alcanzara la temperatura adecuada e intervenía puntualmente para que no se quemara.
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Como todo tiene su contraparte, los encuentros furtivos añadían suspenso, intriga y pasión a cada idilio. Lugar sobraba, viviendo en un paraíso virgen con atardeceres mágicos, playas solitarias, un estero que era un balneario bellísimo, noches sin luz eléctrica con el universo lleno de estrellas y el calor tropical, eran sitios perfectos para escaparse.
En todo pueblo siempre hay una historia que sobresale, en San José del Cabo destaca la leyenda de La mujer que murió de amor. En el panteón del pueblo se encuentra una tumba con una lápida inscrita con estos versos:
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[dropcap background=”yes” color=”maroon” size=”16px”]Fría e insensible bajo esta loza Victima triste de la parca airada Una joven beldad yerta reposa Con lágrimas tiernísimas lloradas Fue su muerte temprana y lastimosa. Mortal si haz conocido los amores Vierte sobre esta loza una rosa.[/dropcap]
La verdad es que la joven mujer llamada Adelina murió en trabajo de parto de su primer hijo y su esposo un joven portugués mandó grabar la lápida en honor a su amada.
Como dice la canción. “Pasarán más de mil años muchos más” y el amor siempre será una historia interminable y nuestro paraíso es un lugar encantador para vivir en romance.