Rodimiro Amaya Téllez
Papá llegó al Valle de Santo Domingo en 1952. Yo nací en 1954, recuerda Rodimiro Amaya Téllez, con una sonrisa que refleja una mezcla de memoria y cariño. Su relato comienza con la llegada de su padre, Raúl, a Baja California Sur, interesado en el programa de colonización que promovió el general Agustín Olachea para el Valle de Santo Domingo. Durante su gestión como gobernador (1946-1956), buscó asentar familias en la región para su desarrollo agrícola y poblacional. Este programa ofrecía tierras a quienes tuvieran vocación agrícola y ganadera. Desde ese momento, la historia de su familia quedó entrelazada con la del campo sudcaliforniano, revelando su fuerte espíritu y su dedicación a la tierra.
Raúl, apodado “El loco Raúl” en Sonora por sus ideas visionarias, poseía un profundo conocimiento de la tecnología y observaba atentamente cómo variaban los precios de las hortalizas según la temporada. Aunque solo asistió a la escuela hasta el segundo grado de primaria, tenía una inteligencia práctica admirable. Creó su propio sistema de riego cavando una fosa con mulas y jornaleros. Muchos lo tildaron de loco, pero su ingenio pronto demostró su valía: plantó ocho hectáreas y comprobó el potencial de esas tierras nuevas.
«Acá puedes tener la tierra que quieras», le ofrecían en el programa de colonización de Baja California Sur, y Raúl eligió con cuidado. La comparaba con la tierra de Sonora: fértil, pero más dócil, menos arcillosa. En ese pedazo de desierto aparentemente vacío, al que llamaban «el brazo descarnado de México», comenzó una vida familiar forjada por las dificultades, la creatividad y los grandes sueños.
La infancia de Rodimiro quedó marcada por ese entorno pionero. Pasó sus primeros años en La Paz, a la orilla del malecón, entre la pesca y los juegos en la playa. Pero el destino pronto lo llevó al rancho, donde aprendió de su padre un profundo aprecio por el campo.
Recuerda con nostalgia la lechería donde su madre elaboraba con maestría leche, queso y mantequilla, mientras los hijos se disputaban las natas: “No había electricidad ni agua, pero había entusiasmo y planes que mi papá buscaba poner en práctica”.
La vida en el rancho no solo le enseñó a valorar la tierra, sino también a tener una visión de futuro. Raúl soñaba con dejar un rancho para cada uno de sus hijos, enseñándoles, con hechos, lo que significaba trabajar con objetivos claros, aun sin tener estudios formales. Y esa herencia, más que la tierra misma, se convirtió en la base de lo que Rodimiro considera su mayor aprendizaje: la capacidad de imaginar, sembrar y construir desde cero. Hoy transmite esa enseñanza a sus hijos, fortaleciendo un legado agrícola que perdura en cada proyecto que emprenden.
Con el paso de los años, Rodimiro Amaya Téllez forjó su propio camino. Además del rancho, se desempeñó como diputado federal y senador y participó activamente en la Asociación Agrícola Local del Valle de Santo Domingo. A lo largo de su carrera, se dedicó al desarrollo de la agricultura y de su comunidad.
La influencia de Rodimiro va más allá de la política y la agricultura; encarna el espíritu de una querida tradición sudcaliforniana: el off road. En 2025, se enorgulleció de ser el Gran Marshall de la Expo Comondú 300, en reconocimiento a su extraordinaria trayectoria como pionero. El homenaje proclama con valentía: “¡Rodimiro Amaya Téllez, leyenda del desierto!”
Este reconocimiento no solo destaca sus logros en las carreras, sino que también subraya su papel vital en el trazado de los senderos que aún recorren los aficionados al off-road. El verdadero legado de Rodimiro nos motiva a todos a perseguir nuestras pasiones con dedicación y valentía.