La tecnología nos ha permitido acortar distancias físicas y digitales, nos ha dado la posibilidad de tener el mundo entero justo en la palma de las manos y nos ha conectado en el fenómeno de globalización. Muchos problemas cotidianos del pasado ahora los resolvemos en cuestión de segundos, sin importar las horas hábiles, los horarios de un continente u otro ni las diferencias de idioma; podemos trabajar y estudiar desde casa, recibir el súper en la puerta y tener consultas médicas a distancia a través de una pantalla; vivimos en un mundo que ni los mejores libros de ciencia ficción pudieron describir.
Pero a pesar de los adelantos y atajos con los que contamos ahora, el ritmo con el que vivimos, más allá de relajarnos y darnos más tiempo para nuestras actividades favoritas, parece desvanecerse frente a nuestras narices. Con cada aplicación que se crea para solucionar una futilidad, de la nada surge un problema más que debemos resolver, haciendo la vida complicada en un eterno sinsentido que nos roba toda la energía.
¿Cuándo fue la última vez que disfrutamos un café sólo por su aroma o por su sabor? Sin tener que subir una fotografía a Instagram, sin preocuparnos por calificar un establecimiento, sin correr de una cafetería al trabajo porque vamos tarde, sin tratar de resolver nuestro día entero en un sorbo que más allá de saborear, nos deshizo el paladar y la lengua.
¿Cuándo fue la última vez que caminamos por la calle y nos permitimos ver lo que pasaba alrededor? Vivimos desgastados pensando en todo lo que tenemos que hacer, en todo lo que los demás esperan de nosotros y hemos perdido todo indicio de individualidad y decisión propia para tener al menos una actividad diaria que realmente nos divierta o por lo menos recordemos. ¿Nos acordamos hoy qué hicimos en la regadera?
Viviendo en este idílico paraíso o de vacaciones en Los Cabos, probemos un momento sin estímulos exteriores, sin importar cual sea. Probemos tomar ese café que tanto nos gusta en al amanecer frente al mar, sentados en la playa, con el celular apagado, tratando de percibir el aroma del café y apreciar el mundo que está frente a nosotros. Aprovechemos ese instante, pensando sólo en ese momento, no hay nada más que nos pueda distraer ni estresar. Una vez que la taza esté vacía y regresemos a la cotidianeidad, tengamos presente ese recuerdo todo el día y cuando cerremos los ojos, cada que algo nos robe la tranquilidad, recordemos cómo ese momento modificó completamente nuestro día.
Todos tenemos actividades favoritas y no necesariamente tienen que compartir el gusto por el café, lo importante es llenar de calidad nuestras actividades diarias y reducir la sensación de tener que ser productivos durante las 24 horas. Encontremos un lugar tranquilo en la marina para probar una copa de vino durante el atardecer mientras vemos regresar los barcos que salieron durante el día, hacer reservación en algún restaurante para pasar una noche frente al mar con las personas que amamos, poniendo a prueba todos los sentidos en un momento de tranquilidad alejados del bullicio; dejar a un lado todas las actividades que nos embargan y consentirnos con un masaje.
En esta temporada de invierno, los invito a relajarnos y reaprender a vivir con nosotros mismos, a disfrutar de nuestra propia compañía y recordar todas esas actividades que nos hacen felices.