“Tenía en mi sangre el deseo de viajar”
La primera vez que Trudi Angell visitó Baja California Sur fue en 1976. Llegó a Mulegé en un viaje escolar. Luego regresó para aprender kayak, buceo, snorkeling y pesca. En un español perfecto comenta: “empecé a estudiar español en sexto grado, en los Estados Unidos, y siempre ganaba 10 en mis pruebas”. Trudi repasa su llegada a la península y la historia que fue tejiendo como guía de turismo en los caminos antiguos de la Baja California Sur, como el Camino Real, entre las misiones de la península. “Siento aún más afinidad con la gente de aquí, de la región”, dice, en Palma de Ávila, el primer lugar para acampar al que el equipo de Tendencia llegó en esta travesía.
“Estoy celebrando 40 años de vivir en Loreto, casi cincuenta de haber venido por primera vez; toda una vida”, dice Trudi, y se le iluminan los ojos al recordarse cuidando caballos mansitos a los 13 años en su Calistoga natal, en California, al norte de San Francisco en el Valle de Napa, Estados Unidos. Por estos días, además, está festejando los veinte años de tener su ciudadanía: “orgullosamente mexicana”, dice.
Resulta difícil imaginar a Trudi como la niña tímida que ella misma describe. Nunca había imaginado, dice, que estaría delante de la gente platicando acerca de lo que aprendió en los años de recorrer la antigua California, como elige llamarla. “Era un poco tímida, pero activa, de hecho, como soy de ascendencia suiza, tenía en mi sangre las ganas de viajar y de hacer caminatas, experiencias en la intemperie, con mochilas y todo eso”, dice Trudi.
Trudi Angell es una embajadora para quienes viven en las rancherías. Pero su trabajo, además, está emparentado al séptimo arte, ya que es productora y codirectora junto a Darío Higuera Meza del documental La Recua. El filme cuenta la historia del mismo Darío Higuera Meza, ranchero del desierto sudcaliforniano que tiene un sueño: realizar, tal vez, la última recua, recorriendo el Camino Real, desde el corazón de la Sierra de la Giganta hasta La Paz; un viaje de 300 kilómetros, veinte días a lomo de mulas y caballos, como lo hacían sus antepasados.
¿Cómo conoces a Darío?
Con mi hija de tres años amarrada aquí, a mi panza, y una almohada en la silla, cabalgamos por cinco horas. Podía ver que casi no había camino, era más cerro y el cañón. Y llegamos con la familia de Darío Higuera Meza, fue un día muy afortunado en las vidas de las dos familias. Y empezó mi trayectoria de organizar excursiones por aquí, por estos mismos cañones, y visitarlo en su rancho para que los viajeros conocieran un verdadero californiano de antes, que guarda la historia, las tradiciones y tiene todo el conocimiento de los usos de las plantas. Fue un gran día, muy afortunada de haberlo conocido.
¿Y cómo nació la idea de La Recua?
Unos 25 años después de que habíamos hecho muchos recorridos con viajeros, en 2017, Darío estaba haciendo lo que normalmente hace: enseñar los aparejos, las monturas, y explicando la historia, y yo traduciendo. Entonces se para, me mira y me dice: ‘Trudi, voy a cumplir 70 años, siempre he querido llevar una recua como hacía mi abuelo, por los caminos viejos, en una recua de burros llevar carga y mercancía de un rancho a otro, hasta la ciudad de La Paz’. Y me dijo ‘lo quiero en filmación’. Le dije ‘yo te ayudo’. Ay, ay, ay, ¡fue una cosa que nunca imaginé! Pero fue una buena experiencia, le agradecemos mucho a Don Darío por esa imaginación, esa chispa para hacerlo. Él puso mucho de su parte.
Mientras, yo tuve que empezar a buscar financiamiento, las personas que podían hacer la filmación y toda la parte técnica. Fue un gran reto. Gracias a Dios lo hicimos y nos ha traído muchos beneficios, es un honor.
¿Cómo ha sido tu vida en estos 40 años de vivir en Loreto?
Por muchos años guié travesías en kayak. A los 28 años empecé a llevar grupos al mar; cocinaba y atendía a la gente en las playas, en la ruta entre Mulegé y La Paz. A veces durante semanas estaba remando y acampando. En el año 1985 o 1986 tuve la fortuna de conocer a Timoteo Means, de Baja Expediciones en La Paz. Él y su esposa me invitaron a salir al Cañón de la Sierra de San Francisco donde están las pinturas rupestres.
Yo no sabía nada de pinturas rupestres, pero me invitaron a montar a caballo, aunque ya había vendido mis caballos hace muchos años. Y no conocía nada de mulas, ¿qué tan atléticas son?, ¿qué tan buenos animales son para este paisaje? En dos semanas compré una mula y empecé a viajar por el área al norte de San Javier. De hecho, mi primer viaje largo saliendo a mula fue en la misma ruta que están haciendo ahorita ustedes, saliendo de la misión de San Javier, llegando a San José de Comondú.
¿Qué experiencia les deja a las personas recorrer estos caminos?
Tienen la idea de que irán a un recorrido atravesando la sierra para llegar a pinturas rupestres o alguna misión, pero terminan conociendo más, descubren la belleza de las personas que viven aquí. Son generosos y cuidadosos, están al pendiente de todos los detalles para que se sientan seguros en su visita. La hospitalidad y la amabilidad es lo que se llevan y se enriquecen por haber compartido sus vidas con la gente de aquí, los Californios.