Una travesía por el Mar de Cortés (Golfo de California)

Siempre me he sentido muy atraída por el mar, esta superficie marina que lanza olas emite un sonido apacible y una franja al infinito que llamamos horizonte. La ciencia ha comprobado que ver el horizonte estimula la corteza prefrontal, un área del cerebro responsable de nuestras emociones y reflexión personal.

Una buena parte de mí ocasionalmente necesita respirar profundo y sumergirse en este elemento salino de dónde surge y nace toda la vida que conocemos. Sin embargo, nunca había tenido la oportunidad de navegar y vivir por un tiempo tan prolongado los confines marinos del Mar de Cortés y Sierra de La Giganta.

Dadas las circunstancias desconocidas e inciertas con las que nos enfrentamos, en marzo decidí junto con mi familia emprender un viaje de 3 semanas por la Isla Espíritu Santo. Estas semanas de pronto se convirtieron en 3 meses, 97 días para ser exactos. ¡Para nuestro propio asombro, nos llevaron a cruzar el Mar de Cortés hasta llegar a San Carlos, Sonora!

En la hermosa ciudad de La Paz conocida también como el “puerto de ilusión” tenemos un barco modelo Silverton 1973 que durante casi 5 años mi esposo estuvo remodelando, sus dueños originales lo llamaron Rajama. Rebautizamos a nuestro querido barco, Moli por las siglas de nuestras hijas Momo y Lila.

Cualquiera que ha hecho un barco sabe que el camino nunca es lineal y menos miel sobre hojuelas. El mundo de los barcos es complejo, sobre todo si decides restaurar, sacarlo del escombro y las cenizas, cómo un ave fénix. Las embarcaciones que en sus entrañas guardan un sinfín de secretos, te los van revelando a través de la apacible virtud de la paciencia. La verdad es que hasta ahora entiendo que esos 5 años de reconstruir al Rajama para convertirlo en Moli nos prepararon en muchas formas para este gran viaje.

El 23 de marzo zarpamos del puerto de ilusión y nos anclamos en la Isla Espíritu Santo en la bahía de San Gabriel. Al llegar decidimos todavía con luz del sol cocinar una sopa de pasta utilizando agua de mar, dado que al hacer nuestros cálculos debíamos ahorrar lo mejor posible nuestro consumo de agua dulce. La capacidad de almacenaje de agua dulce de Moli es de 180 litros lo que equivale a 15 litros por persona para 3 semanas, sin contar el agua potable, esa la llevamos en garrafones. Calculamos 2 garrafones por semana entre los 4 tripulantes.

Esa misma noche nos percatamos que había muchísima bioluminiscencia en el mar. La bioluminiscencia es magia pura, es como si de pronto el mundo se volteara, el cielo se metiera dentro del mar y todas las estrellas del cielo estuvieran a nuestro alcance con un simple estirón de brazos. La bioluminiscencia es un proceso que se da en los organismos vivos, en el que la energía genera una reacción química que se manifiesta como luz, ésta tiene varias funciones, entre ellas la defensa, la comunicación, la reproducción y la atracción de presas.

Existen muchos organismos que emiten luz incluyendo bacterias, hongos, insectos, crustáceos, moluscos y peces. Mis hijas Momo y Lila juran que esa noche vimos sirenas. La verdad es que nunca pudimos distinguir qué peces eran los que se acercaban a nuestro barco, llegué a pensar en lobos marinos o peces muy grandes. Optamos por soñar esa noche que lo que vimos eran sirenas verdes fosforescentes.

En bahía La Gallina pasamos los días nadando entre azules turquesa, estrellas plateadas, bioluminiscencia marina, atardeceres naranjas y una que otra avispa. Nuestro amigo Steven Wheeler y su esposa Nash nos alcanzaron en dicha bahía a bordo de su trimarán “Solecito”.

Seguimos nuestro trayecto hacia la isla San Francisquito, esta isla se ubica unos 75 km al norte de la ciudad de La Paz, una isla hermosa perfecta para nadar, snorkelear y caminar por su rocosa montaña de piedra caliza dónde uno puede apreciar en la cima la vista majestuosa de la isla San José y El Pardito.

En San Francisquito nos dimos cuenta de que las tres baterías del barco estaban sulfatadas y los alternadores de los motores y el generador no estaban cargando adecuadamente. Esto significaba que en cualquier momento podríamos quedarnos sin luz, lo cual implicaba la posibilidad de no poder encender los motores.

Tomamos la decisión de navegar hasta llegar a San Evaristo, una comunidad pesquera ubicada a 10 millas náuticas de San Francisquito. Teníamos la esperanza de encontrar a Lupillo, un mecánico conocido que nos ayudara para no tener que regresar a La Paz y continuar nuestro viaje.

San Evaristo cambió por completo el curso de nuestro destino. Pudimos arreglar todos nuestros contratiempos mecánicos, nos reabastecimos de provisiones como leche, cereal, papas, pasta, verduras en conserva, manzana, naranja, tortillas, queso, café, canelitas y agua potable.

En ese momento supimos que, aunque el coronavirus nos mantenía inquietos, los vientos y el coromuel soplaban a nuestro favor. Una invitación a desafiar los propios límites para reafirmar que lo que hasta el momento conocíamos del Mar de Cortés y sus entrañas, era solo un aperitivo, la antesala de un recorrido majestuoso, imponente y solemne que nos transformaría para siempre.

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